A los hombres que sienten (y padecen).
Este libro se me ha pegado a la piel, porque destruye tópicos.
Parece común esa expresión de que los hombres son fríos, reservados, desalmados, parece que amen desde alguna señal interpretada, pero no dada... y que el amor -grande como un horizonte-, o la tristeza -como un mar en el que ahogarse-, o la nostalgia -desde el exilio de lo irrecuperable- con un código lingüístico, elaborado en forma de confidencia o terapia, es patrimonio de las mujeres...
Eso se decía, mientras yo siempre defendía que me molestaban esas diferencias, que todos éramos personas...desde un impulso ético...sin pruebas en los bolsillos...más que el conocimiento de mi propia naturaleza extrovertida y, a la vez, sigilosa...Medio mujer, medio hombre...