Pero a mis queridas jirafas no me las puedo encontrar en la cuentística occidental. Para quedar con ellas, como con otros tantos animales, debemos leer cuentos africanos en los que el lobo, el zorro, el oso, el cuervo... son desplazados por jirafas, búfalos, elefantes, leones, monos, cocodrilos...
Sería muy interesante para estudiar los cuentos africanos, la intersección de las materias de Biología y Geografía. Lo apuntamos como plan. La Literatura es universal, pero eso no quiere decir que sea la misma en todo el Universo (sólo hablamos de una parte de nuestro planeta Tierra), sino que cambia según el hábitat del hombre, que se relaciona de manera especial con su entorno.
En el África negra, la palmera, la selva, el río, el viento son más que personajes, son fuente de sabiduría. Tampoco los animales son los que conocemos aquí. Son otros y, no por ello, menos sagaces. Es maravilloso comprobar que el consejo o la protección siempre existen en los cuentos, pero con otros rugidos o bramidos...El animal nos habla, como en las fábulas griegas, porque el animal es inteligente en su medio nutritivo, afectivo y componente solidario con su manada y con su entorno.
Vamos a trabajar esta semana el cuento africano para apoyar a la Fundación Sur que se dedica en cuerpo y alma a la promoción del continente africano desde la educación y no desde la compasión. Y nos daremos cuenta de que todos debemos recorrer un camino, como Caperucita, Blancanieves o Pinocho, encontrar el apoyo de los animales o de los seres animados de la naturaleza, pero que estos cambian, porque son otros los paisajes y las necesidades.
El niño, el hombre, la muchacha y la mujer...siempre son los mismos. Porque, al fin, todos nacemos, amamos, lloramos y reímos y nos morimos...
Cuelgo un cuento africano para que vayáis haciendo boca...
EL MISTERIO DE KUMAKO
Jean de Dieu Madangi
Desde hacía mucho tiempo, Kumako sufría una enfermedad que los hechiceros no conseguían diagnosticar con acierto. Cada mañana se levantaba con una extraña mezcla de felicidad y ansiedad que le acompañaba durante todo el día. Al acostarse, fatigado por el ajetreo cotidiano, se le sumaba una especie de dolor y felicidad que terminaba en una profunda melancolía y en largos períodos de autismo. Algo realmente extraño.
Kumako tenía una hija única, de una hermosura sin igual. Tenía veintidós años y aún no se había casado ni estaba comprometida con nadie. La enfermedad de su padre le había impedido todo contacto social. Parecía vivir en una especie de burbuja, sólo para su padre. Cuando salía en público, el mundo entero se quedaba paralizado por el hechizo de su belleza. Dejaban de cantar los pájaros, paraban sus bramidos los búfalos, se quedaban tiesas las serpientes, no se veía moverse una mosca, las jirafas agachaban sus largos cuellos con reverencia ante la chica, y sólo los monos seguían saltando de rama en rama como agarrados por una fiebre palúdica...
Kumako era cazador desde pequeño, igual que los de su clan. Pertenecía, además, a la familia de los hechiceros. Pero se quejaba continuamente de haber nacido en un mal momento, con mala estrella, al no poder cazar tantos animales como deseaba. En vano, sus amigos trataban de convencerle de que él tenía más suerte que ninguno. Nadie tenía una hija tan hermosa como la suya ; ninguno era, a la vez, hechicero y cazador ; tenía una casa, ovejas, campos muy fértiles y una caza bastante regular, et caeteri et caetera, una lotería que no le había tocado a ninguno de ellos. Pero Kumako seguía quejándose, se quejaba de vicio. Seguía en el mundo virtual de la selva ecuatorial. Se negaba rotundamente a ser real y a ver el mundo siempre igual... Vivía así feliz, al tiempo que dolorido por su extraña enfermedad...
Por casualidad, un día que Kumako fue a acompañar a su hija a recoger leña, percibió que ella provocaba entre los animales una especie de hechizo que les dejaba totalmente paralíticos, digo, paralizados. Enseguida se le esbozó una sonrisa pícara, se frotó las manos y se dijo que ya había llegado el momento de demostrar su ingenio. Una semana más tarde, Kumaku llevaba a su hija al medio de la selva, a un cerro rodeado por un precipicio ideado adrede para la caza del siglo. Se fabricó una tumbona y se echó a dormir cerca del lugar, esperando la llamada de su hija. La presencia de la chica en esta parte de la selva se notó como cuando se dispara una linterna en la oscuridad. Los primeros en llegar fueron los antílopes y las gacelas. Venían tan en tromba que no les daba tiempo a frenar y caían como moscas. Mientras, las moscas que se encontraban en la cuneta volaban por los aires como pajitas aventadas. Ya había suficiente comida para toda la familia durante meses. Entonces gargajeó la moza, se relamió los labios, sacó pecho, respiró hondo y entonó la canción secreta con la que debía llamar a su posesivo padre :
Tidoo Kumako, tidoo Kumako, Kumako | Padre, Kumako |
Kumako, tidoo Kumako, Kumako | Padre, Kumako |
Ena nam’ase, Kumako | Tengo aquí un animal, padre |
Banisó nayo, Kumako | Con el que me vas a sacar de aquí, padre |
Nama wo ledjeng’eya, Kumako | Es la bestia que buscas, padre |
Hi, hi, hi, Kumako | Sí, padre |
Hii, hii, hi, Kumako | Sí, padre |
Nama wo ledjeng’eya, Kumako | Es la bestia que buscas, padre |
Hiiiiiiiiiii. | Sí, sí y sí. |
Kumako dio un brinco desde la tumba, digo desde la tumbona, donde estaba disfrutando de una siesta que creía merecida, y salió como una escopeta hacia donde esperaba su querida hija. Deseó que esos momentos de emoción durasen toda su efímera existencia en este valle de lágrimas, como le solía decir su madre. Al llegar al lugar, casi no se cree lo que veían sus ojos : su hija sana y salva, y más feliz que nunca por el regalo con que acababa de obsequiar a su padre : animales de todas clases presos en el foso. En ese momento, era el hombre más rico del la aldea y el más feliz del mundo. Se dijo a sí mismo : “Mi hija se merece todo lo que yo no alcancé tener en mi juventud. La mandaré a estudiar con los hechiceros pigmeos, los mejores conocedores del entorno natural y de la naturaleza humana. Eso haré. Pero antes, hagamos otra pequeña colecta... No estaría mal honrar con dignidad ese afecto sincero que me tiene mi hija...”
Y de nuevo su niña estaba en el cerro, atrayendo a todos los codiciosos animales de la tierra. Cuando ella le interpeló de nuevo con la canción, Kumako descubrió con alegría y dolor que la cosecha era siete veces más que en la leyenda de las vacas gordas. En la trampa habían caído bestias de lo más extrañas : leones fantasmagóricos, leopardos alados, unicornios, serpientes voladoras, mosquitos invisibles, hormigas de todos los aspectos, por hablar sólo del mundo de los animales, el que más pánico le daba a la hija.
Al finalizar esta segunda colecta, se propuso llevar a su hija directamente unos kilómetros selva adentro, sin ya consultarla ni engañarla. Se contaba que en esa zona existían animales divinos. Se dijo a sí mismo que se trataría sólo de un intento, cuestión de una simple curiosidad... Puso todo sobre ruedas y brindó con vino de palma y aguardiente la genialidad de su ocurrencia. Brindó calabaza tras calabaza mientras los animales divinos caían y llenaban el surco. La fiesta se alargó un poco más de lo previsto y se unieron a ella también los gnomos. En vano retumbaba el eco de la canción de la hija que pedía su liberación. Nadie la oía entre los pitos y las flautas del jolgorio. Demasiado tarde se enteraba ella de que hay afectos que matan. Y cuando quiso levantar la mirada para averiguar si venía alguien en su auxilio, lo único que pudo divisar fue una flameante cresta encima de un pico corvo con dos ojazos que parecían incandescentes. Fue lo único que vio. Recordó las descripciones que, de niña, le hacía su padre del dragón-gallo, dueño de la selva profunda, y comprendió todo. Luego oyó algo único, extraño, horrible y ensordecedor, el cocorocó de la alimaña que cantaba para vitorear la felicidad que le acababa de tocar. Una deliciosa comida le había venido, desde lejos, hasta su propia casa. Dos o tres veces más la hija quiso llamar a su padre con la canción secreta, pero el dragón ya estaba con ella.
Llegó su padre, lloró de alegría por los animales divinos cogidos. Quiso luego llamar a su hija, a la que creía dormida detrás del montón de las reses. Lo único que le contestaron fueron los ojos incandescentes de la hidra, que se le acercaban burlones, para darle la felicidad que llevaba anhelando toda su vida : el apagón de los deseos. Días, semanas y años después, la gente en el poblado seguía preguntándose cómo es que no volvían Kumako y su hija... Contestó un sabio, al que la gente creía pirado, que se habían encontrado cara a cara con Remedium cupiditatis. Y como nadie entendía su lenguaje, continuaron considerándole un pirado y el misterio siguió sin desvelar.
La verdad es que se nota que no es occidental, por la forma de expresarse, y porque las canciones asi son muy comunes en africa (o es lo que me hacen creer los documentales).
ResponderEliminarNo he entendido lo que significa "et caeteri et caetera" (al ponerlo en internet sale o que es musica, o es la expresion etcetera) y lo de Remedium cupiditatis.
Pues muy bien, Enrique, Internet te ayuda estupendamente: etcétera, etcétera... y la curiosidad de un científico siempre va más allá. Aquí "remedium cupiditatis" sería algo así como "solución contra la codicia". Se lo he preguntado a Harry Potter, que de latín sabe un rato.
ResponderEliminarUn abrazo, Laura.
¿De cuántas lineas tiene que ser el cuento africano que nos tenemos que inventar?
ResponderEliminar¡Hombre! Dicho así, parece un cuento al peso...
ResponderEliminarPuede ser cortito...
Hola Laura:
ResponderEliminarLa verdad es que me he quedado muy sorprendida leyendo este relato. Pero he reflexionado sobre él y he encontrado similitudes con los cuentos occidentales, me recordaba a las fábulas que leía de pequeña como el cuento de la lechera o la ratita presumida :) ¡Me ha hecho volver a la infancia, pero de forma exótica! Me ha resultado muy interesante, sinceramente. Veremos como andamos de creatividad estos días para el cuento :D
Un abrazo profe! Cris
Gracias, Cristina, por intervenir.
ResponderEliminarPues nada, yo creo que si te pones un pareo chulo, te puede ayudar a ponerte en situación...aunque yo sé que no necesitáis atrezzo :D
Lo importante es el contacto y la comprensión que tú has sentido.
Un abrazo