A Quevedo.
Y se me ocurre abrir una sección de Anónimos, reservada a letreros, pintadas o graffitti.
Curiosamente, se llaman anónimos, porque no van firmados. Pero desde un alma, alguien cogió cierto stylo (palito, brocha, rotulador, lapicero...) y sintió la necesidad repentina de escribir.
¡Cuántas veces he acompañado mis pises equilibristas en algún garito, al calor de pintadas y mensajes sorprendentes! De hecho, la llamada Trivialliteratur o, entre nosotros, Paraliteratura, Subliteratura o Literatura de masas ,es aquel huerto silvestre denostado por la Academia, pero sustrato de grandes clásicos ( ya lo avisaron Jauss, Eco y Barthes...)
El anónimo es inmensamente rico: breve, denso, fulminante. Eterno, intenso y gnómico. Con afán universal, el autor se esconde tras el árbol para que la sombra alcance a todos y la reflexión sea perpetua.
En este caso, el espíritu que anda, me manda un raro ejemplar de hierbajo silvestre de profundo aroma, de Paracelso a Hildegarda, que titulamos Perro callejero en honor a la Litesofía de genuina raigambre cínica ( kynos, perro, como Diógenes quería ser).
Letra anónima y okupa de un asfalto salvaje y solidario.
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