El sábado, de buena mañana, pedaleando por la senda arbolada pensó en el tópico de la naturaleza y su cara amable de postal. Sabía que había otra. Sólo tres metros del camino hacia adentro, recordaba cómo de niña había intentado atajar.
Se había visto atrapada en penumbras tupidas de árboles ariscos y zarzas salvajes llenas de zumbidos desesperantes. Al esquivar ortigas, sus pies se habían enfríado primero con tierra removida por los topos y anegados, después, en agua y lodo, al hundirse en humedales imprevistos.El asco se concentraba en no perder la zapatilla en una huida histérica ¿de qué?...
Los zumbidos cegadores la situaban ante remolinos de resina, como excrecencias de los troncos pegajosos de dulzura misteriosa y siniestra.
En esa umbría sin salida, sólo cabía arrastrarse, dejarse arañar para lograr la luz...
-¡Qué pena que no haya venido tu madre a comer! Tenía ganas de conocerla...
El desasosiego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario