domingo, 31 de julio de 2011

A-islada en dos paraísos: La Palma y El Hierro 1. Fauna


   La salida fue, en cierta medida, traumática. La Palma era un destino muy deseado desde hace años, pero nunca venía. Este invierno, la decisión se presentó como un sueño hecho realidad. Recopilé información de mis canariófilos preferidos: Gúmer Quevedo e Isabel Redondo y su gentil marido José. También interrogué a mi tutor de Recursos Multimedia, canario total, Salvador. Mayte Cabanyes y su marido, José Luis San Emeterio también aportaron planos y rutas.
   Da seguridad eso de llevarse muchos sitios en la maleta y cómo cabe un mundo entero en una carpeta...No sabía lo que iba a encontrar. Como siempre, la realidad es maravillosa. Todo un boom.




   Hoy iba a empezar la entrada hablando del clima, pero vengo de la estación de Villalba, Madrid,  de pasar el día con mi madre y con mi hijo en la piscina de su urba y he acariciado a un chihuahua canela,que me lo ha agradecido revolcándose y ofreciéndome su tripita para que se la rascara; que pedía a trompetazos un Xavier Cugat y a una Carmen Miranda coronada de plátanos. Ha sido una señal: los animales, hoy.

   La salida fue traumática, como digo. Era la primera vez que no sacaba de vacaciones a Alberto y a Clara, mis gatos. Muy monos para todos, de visita. Nadie me los cuidaba. Contraté a una chiquita para que viniera diariamente a hacerles compañía y renovarles comida, agua y arenero, pero el sofoco se convirtió en llanto al irme con complejo de culpabilidad tremendo...Ellos nunca me hubieran dejado a mí. Y yo lo sabía.

 Cha Miquela en La Palma me tenía reservada una sorpresa: Ojitos de moco, Michi, me estaba esperando. Un gatito abandonado con las uñas de las patas traseras amputadas, que, al olor de mi piel gatuna, me saludaba y me pedía comida. Yo le entendí rápidamente. Y me he asegurado de que otros huéspedes y mi caser, Carlos Cabrera, lo alimenten. Le he pedido que resista el invierno  y me espere al año que viene en la Isla Bonita.

 
   En Cha Miquela, desde las seis canta un gallo magnífico casi cada cuarto de hora y, al amanecer, Michi, me pedía su platito de leche. Ese era el momento en que, despacito, yendo a la cocina espantaba a decenas de chivirís apostados en el camino, cuando abría la ventana en busca de los panes calientes con semillitas de anís. La abría con cuidado, pues una hermosa araña con una tela casi transparente me cuidaba atrapando a los mosquitos para que no me picasen. Mi niña.





Volaban todos y yo me sentía feliz de comenzar el día en comunidad con los animales. Sobre todo, porque me entregaba a redimir una culpa, que me atormentaba, pero, sobre todo, por el amor, que me sale solo ante tanto animalito. De ahí, mi felicidad de profesora (mis churris, que es una bromaaaa).



En los bosques de laurisilva de los que hablaremos habitan chirivís (parecidos a los chochines de nuestras montañas), las palomas torqueras, los cernícalos entregados y en esa orquesta sin fin, vuelan las limoneras, mariposas, que planean en el aire durante segundos, como las gaviotas, entre zarzales gigantes...Los chirivís ya se acercan coquetones a por trozos de pan al ritmo de alguna salsa venezolana que emite alguna radio cercana. La unión de La Palma con Venezuela ya se tratará más adelante.
   Cuando describa la Ruta de los Volcanes, mencionaré a una especie de pulguitas mordedoras que me dejaban unos picotazos atroces como palabrotas con jotas en boca de niño pequeño, pero la casa invita y mi sangre es muy dulce. No me importaba ante la belleza de lajiales y volcanes...

   Las lagartijas de La Palma son famosas y tras bañarme en las piscinas, me colgaba a comer una manzana echándoles cachitos y, a mis pies, me hicieron reina, tan rápidas y cariñosas. Mi amor se acrecentó cuando en el Lagartario de El Hierro acudió a mis besos un lagarto gigante, saurio perdido y especie única en el mundo. Una francesa, divertida por mi gesto, se reía imitándome y yo le repliqué  c ´est l ´amour comme ça  que apoyó rotunda.
                                                        Sin embargo, no acaba ahí la cosa. Además de alimentar a gatos, chirivís, lagartijas, peces de todos los colores que se bañaban conmigo en las piscinas naturales de antiguos cráteres volcánicos junto a constantes cangrejos de todos los tamaños y colores, a mosquitos trompeteros y pulguitas, tuve una gratísima experiencia. En Puntagrande, El Hierro atraparon unos pescadores una tortuga rosada con una aleta amputada, que curó el Cabildo y devolvían al océano benevolente. La cámara de Laura estaba cerca para dar cuenta de tamaña noticia.

 La instantánea me hace mucha ilusión porque refleja la educación a una niña televidente criada por Félix Rodríguez de la Fuente y el Capitán Cousteau. Va por ustedes.
No es posible terminar sin relatar mi convite a maíz frito, casi siempre presente en mi bolso, a unas cabras vespertinas con las que quedé al día siguiente para traerles más provisiones. Como se sabe, los maravillosos quesos palmeros y herreños les deben su protagonismo, así como la técnica de bajar pendientes de la Caldera, mediante un sistema de pértigas utilizado por los cabreros, que queda constatado en el monumento del romántico mirador de San Bartolo de mi Galga querida.

   Sirvan estos apuntes para comunicar la riqueza inmensa y cotidiana de La Palma y El Hierro, la suerte de tener tantos ecosistemas distintos cada 20 kilómetros, la fortuna de vivir para contarlo. Pido disculpas si he violado alguna regla al hacerlo y me reservo para un apartado de Gastronomía, la alusión a mis queridos animales cocinaditos.

Mañana más.

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