Poco antes de que termine el día, cuelgo otro anónimo callejero. Desde que comenzó mi día a las seis de la mañana, ya he rodado por algunos arroyos: desayunos, salir pitando, trabajo, trabajo, trabajo, corriendo al bus, y al médico, y a preparar la comida para mi hijo y a recoger la cacharrada, llamadas, mi tarde maravillosa de danza oriental, a casa, a la cena, recoger el lavavajillas, preguntar lecciones, llamadas, documentos, cepillado de gatos...
Mientras se hace un conejo al horno para comer mañana, mi hijo duerme y pienso en Alice Munro, que me espera en la mesilla de noche.
Simultáneamente, esta impresión en una pared. ¿Grito, deseo o denuncia?
Y pienso en mí misma: que me debería callar más, pero que tengo la suerte de tener libertad para no hacerlo.
Un regalo y una reflexión.
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