domingo, 13 de octubre de 2013

Hannah Arendt

He disfrutado esta película. Porque me gusta el acto mismo de pensar y su destino solitario. Porque en la actividad misma del análisis, toda aridez se ve compensada por la clarividencia. Y, porque, pone de manifiesto que en Filosofía política, todo comienza en algún momento por una actitud individual. Y ahí está el humano mismo...

De Hannah Arendt, como filósofa, y La banalización del Mal puede consultarse mucho. Véase, por ejemplo, el apunte divulgativo de mi colega Jesús Palomar.


Para el receptor desinformado,  Hanna Arendt, filósofa judía exiliada a Estados Unidos y que presidió el juicio de Eichmann, dirigente de las SS, en Jerusalén, fue una figura que mantuvo un análisis ético basado en el análisis de la conducta de un hombre y no en la conducta de lo que ese hombre representaba. Es decir, tras un minucioso estudio y observación, llegó a la conclusión de que Eichmann no podía comprender ni lamentar las vidas exterminadas de tantos y tantos judíos, porque su pensamiento y elección individuales estaban anuladas por el acto de obediencia tribal. No podía reprochársele, pues, una elección singular, a quién no podía ser calificado como hombre, puesto que carecía de voluntad propia. Tampoco, en coherencia, se podía ofrecer una compensación, igualmente tribal al pueblo de Israel. Y ello le valió a la pensadora, el ostracismo y la condena de este pueblo por su dictamen.

El Mal, como el Bien, es un acto de libre elección. Bien es verdad, que aparecen trazas del llamado Mal en la Historia, entre nosotros, por todas partes...Somos capaces de reconocerlo, pero, ¿hasta que punto se puede pedir responsabilidad a quien no es una persona en sí? Acerca de la obediencia, ya escribí en el blog cinéfilo de mi amiga África, acerca de otra película muy cercana en este tema, The Reader. Y no escribí sobre La Deuda, maravillosa Helen Mirren, en su día, pero la falsificación de los hechos y los distintos relatos destinados a encumbrar como héroes a las víctimas judías,  es una prueba de que el salto de lo justo a lo justiciero es escalofriante.

El dolor...El dolor es inexplicable. Para quien lo siente, además, queda atrapado en el lenguaje de la eterna interrogación: el porqué y el porqué a mí. Sería fácil acabar con el Mal y el Dolor ahorcando a alguien, pero los Hechos...nunca son en sí mismos. O están manipulados o in-formados o tergiversados...Sería un consuelo poder echar la culpa a un ser poderoso y total, pero, la mayoría de las veces, el Mal viene de mediocres, personajes grises a los que les queda grande cualquier reflexión y, por ende, cualquier asunción de responsabilidad y empatía. Cualquier afecto.

La comprensión honda de esto es suficiente para destrozar la confianza en la condición humana. Y lejos de ello, Hannah Arendt en este relato cinematográfico, agarrada a sus cigarrillos (detalle más anacrónico, a los ojos políticos de hoy, que el mismo exterminio nazi)  es capaz de mantenerse serena con una razón práctica coherente y una razón afectiva vital. Es emocionante, cuando le pide un beso a su marido cuando la deja, absorta en sus investigaciones y esta le dice: "sin besos, no puedo pensar". O lo que es lo mismo, una afectividad y un amor al pensamiento mismo es lo que la hará desde joven admirar a su querido Heidegger y de adulta, abjurar de él cuando le reconoce sus imposturas. Esas emociones "más grandes e inexplicables que el ser humano", como confiesa a su amiga en la película, alimentarán su insobornable capacidad intelectiva.

El sentir humano, como punto de apoyo, de un pensar, capaz de asimilar lo que de  inhumano  hay en el hombre, como constitutivo del mismo. El Mal, sin factura.

A cambio, la Historia misma nos ofrece, como consuelo para la Humanidad, figuras como Hannah Arendt, para sentir que no todo está perdido. 


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