Acabo de ver recientemente esta película y llevo conviviendo ya dos días con su impacto. Podría decir de ella que es un paulatino viaje de lo privado a lo íntimo y de aquí, a lo obsceno.
1. Amor privado.
El argumento de la película gira en torno a la última etapa de la vida de una pareja en conjunto e individualmente, puesto que sus destinos y sus fines respectivos se harán solidarios. Matrimonio octogenario, pertenecientes a la clase media burguesa, cultos y con medios económicos que suavizarán en gran medida los días postreros al infarto cerebral de Mme. Laurent, profesora de piano. La educación y la dignidad serán lencería finísima, cuyos velos se despojarán en los momentos últimos: aquellos en los que lo natural se impone transgresoramente. La pérdida de toda personalidad en el sentido más pleno de la palabra: capacidad de elección.
La privacidad, en un primer estadio, viene marcado de varios modos: una relación matrimonial de toda una vida, que conserva la consideración al otro en unas fórmulas muy gratas, que, como zapatillas, suavizan la convivencia: por favor, gracias, perdóname...La solicitud, casi natural, con la que ambos se recuerdan sus actos o se atienden entre sí; el espacio, casi sin exteriores, envoltorio de lo cotidiano: la cocina, el baño, el dormitorio y el salón, espejo de unas almas cultivadas, depósito aterciopelado donde se acomoda la Literatura y la Música. A través de la ventana del salón, con visillo grisáceo, se vislumbra un paisaje parisino, que me ha recordado el Efecto de lluvia de Pissarro. El exterior, cada vez más lejano, a medida que avance el relato. La otra ventana del pasillo da a un patio interior, por donde penetrará dos veces una paloma, anticipándose a cada muerte y midiendo los pasos del protagonista, cada vez más torpes...
El reconocimiento a un alumno, que se considera deudor de la enseñanza de la que fue su profesora y que le demanda la interpretación de un título tan significativo como Bagatelas de Schubert (el mismo de La muerte y la doncella, con un sentimiento tan firme, exento de decadencia, y, al tiempo, tan cargado de matices), abre la película y su primer tiempo con, quizá, la última galanteria: ¿no te he dicho lo guapa que estabas esta noche?
2. Amor íntimo
El segundo movimiento de la obra se da a partir de la ausencia, que se constituye síntoma del infarto cerebral que sufrirá la esposa.Quizá el hecho de que sea él (fabuloso e impactante Tringtignan, aquel de Un hombre y una mujer, de nuevo, otro título unido a una banda sonora), el cuidador, acentúa la vulnerabilidad de ambos, pues rompe el tópico de mujer-cuidadora.
La profesora, a partir de reconocerse enferma y tras su estancia en el hospital, le hace prometer que no la volverá a llevar al mismo. Con tal dignidad, que queda una zona de intersección entre lo que pueda ser una demanda amorosa o una petición de respeto. El mismo que la llevará a dejar de oír el disco de su alumno sostenido por una carta compasiva o su negación posterior a mirarse en un espejo, que le devuelve un rostro, que ya no puede controlar. Respeto. El que se tienen dos almas ancianas cuando comentan lecturas u opinan sobre piezas musicales. Cuando, él, más frío en sus opiniones, escucha las tranquilas recriminaciones de ella: A veces eres un monstruo, pero eres bueno. El amor, danza de siete velos, que irá desde una pasión erótica, recordada por su hija, que supone un enamoramiento, a una preferencia, un respeto, una consideración, una compasión y a la conmiseración final.
Un amor resuelto en diálogo y comunicación constante, incluso más allá de la muerte, cuando él le sigue escribiendo cartas, como si hablase con ella. Para calmarla y calmarse. El efecto terapéutico de la lengua...
La intimidad de unas pieles ancianas delicadamente blancas y frágiles, los ojos insomnes en la oscuridad, los ojos tristes, que no lloran, los pasos, cada vez más vacilantes, el movimiento, cada vez más incierto...
Los personajes externos cotidianos se van especializando (o no): los porteros de la finca, tan característicos, el médico aludido, la(s) enfermera(s) , los bomberos...
Pese al horror cauteloso, es evidente que los protagonistas descansan levemente sobre una vida digna, por refinada y por solvente. La animalización podría ser más rápida en caso contrario...
3. Amor obsceno.
La obscenidad, aquello que no debe ser visto, puesto en escena, comienza con la pérdida del control de los esfínteres de la anciana. En su gesto tan expresivamente triste por consciente, es evidente la constatación de las pérdidas: de conciencia, de control de las necesidades, de la pérdida del habla...Parece milagroso, que permanezca la escucha atenta a los pequeños relatos inesperados (bagatelas) de su marido atento. La aceptación va deslizándose lentamente en la narración, como la forma en que se hace presente la consciencia de lo inevitable: la vida en su último discurrir.
Frente a los avisos de la hija, tenemos que hablar seriamente, es decir, evitarlo, el anciano esposo argumenta un no tenaz y sereno. La única manera de hablar seriamente sobre el deterioro, es, precisamente viviéndolo y sólo lo que no se ve, es como si no existiera...
A partir de ahora, el movimiento se hace más lento y otros mundos aparecen en la pequeña casa, expresando la angustia de unos actos, aparentemente serenos (pesadillas, alucinaciones) o reconocimiento del desarrollo de una vida (visión de fotos de su pasado conjunto). El final es adecuado y natural. Sobrio, sereno, real. No deja lugar a más y, de ahí, que en una película con protagonistas músicos, no se oiga esta ni al principio ni al final. La serenidad y la grandeza de la vida no deja de transcurrir en el camino del hombre omnipotente al hombre desvalido.
La escena final de la hija en la casa sola reflexionando, me hace pensar si todos recordaremos en nuestra ancianidad a nuestros predecesores. Y creo que no, porque lo vivido es lo propio de cada uno.
La experiencia es única por personal.
Muy de acuerdo con la última observación. Pero es cierto que, cuando llegamos a una etapa de la vida, o al menos a mí me ocurre, me viene poderosamente la experiencia que yo he observado en esos que me antecedieron... Y ese recuerdo se convierte en una especie de espejo en el que mirarse. Un beso, Laura.
ResponderEliminarLo que más me impacta de las conversaciones con mis mayores, no sólo es compararlas con el juicio inmediato que me produjeron en su día (y entonces, qué vergüenza y qué humildad), sino advertir lo que NO pudieron comunicar. Y que se me ofrece inmenso e inefable en toda su humanidad.
ResponderEliminarGracias,África. Un abrazo.