La Regenta de Clarín es una obra que tengo muy leída y manoseada, como preferida sin pérdida lastrada por los años. Mi gran frustración, como profesora, es que no lograba convencer a los alumnos de mi pasión al tener que enfrentarse a un tocho con grandísimas descripciones. Hoy no van los tiempos por ahí.
Pero la adaptación que se puede ver estos días en el Teatro Canal es magistral. Se ha captado el ambiente asfixiante de la sociedad con adaptaciones muy certeras: el cotilleo, del paseo con sombrilla al plató de un reality en televisión El show de Petra ; la relación edípica Fermín de Pas-Paula, madre, pasa a un matrimonio de psicólogo y libros de autoayuda. El bisbiseo de confesionario se transforma en alienantes e intensos correos electrónicos. El casino de Álvaro de Mesía es un golf y hallazgo genial: Visitación es una loca total, como ciertos "periodistas" de este tipo de programas.
Sin embargo, recoge y exprime toda la angustiosa infelicidad de Ana Ozores, el paternalismo y la tranquilidad de Víctor de Quintanar, la traición y maldad de una sociedad sin escrúpulos y la caída del ángel en el ostracismo y abandono más cruel. Como siempre. La gran tragedia griega.
Siempre se ha pensado que La Regenta era una novela de adulterio. El otro día, cuando fui a verla y salí conmocionada, como hace veintidós años, pienso que es la historia de la maldad del mundo, del deseo de destrozar y manchar la pureza. Del menoscabo de la inocencia.
Porque su presencia molesta y pone en evidencia la corrupción ajena. La sospecha de una maldad tan evidente como inevitable, me parece terrible y nos lleva a un estado de naufragio donde la soledad tranquila sea una protección contra el mal ajeno.
Absolutamente imperdible.
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