Mi compañero de piso y yo veníamos de una buena caminata animada por un cafetito con churros y porras. Era la víspera de mi cumpleaños y, al regresar, nos topamos con el oráculo de Tetuán, que así nos habló.
Tuve que girar al conservar esta máxima de sabiduría, para no sacar el carrito de la barrendera. Al borde de la quiebra material y espiritual, Grecia está donde se sabe mirar.
En la calle misma. Un regalazo.
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