Todavía estoy estremecida por tanta belleza natural, tanto sosiego y serenidad. He tenido la suerte de tener unos días invertidos en mi descanso haciendo lo que más me gusta: estar rodeada de naturaleza. Paisajes sobrecogedores, flora bellísima, animales, que nos recuerdan nuestro origen y un orden que nos reclama como pertenecientes a un ámbito que olvidamos.
Elección:
Cha Miquela, casa del bisabuelo, una casa rural preciosa en La Galga, la zona montañosa de La Palma. Su dueño, Carlos, me dejó de una pieza cuando me enseñó el huerto con las lechugas, zanahorias, judías, etc. y me dijo que me sirviera la cena con lo que quisiese. Y que el pan recién hecho estaría colgado sobre las 7.30 cada mañana de una bolsa que pendía de la ventana. Por supuesto, Laura granjera cogió el azadón y casi lloró de alegría escarbando las patatas para cocerlas...
La Palma: pura naturaleza cambiante, debido a sus microclimas. En la montaña, como una Asturias llena de machupichus, bruma, fresquito y dormir con edredón. Pasar el túnel del tiempo y en 15 kilómetros, llegar a una costa salvaje, sol radiante y cielo despejado. Ahora toca una especie de Málaga. Y simplifico diciendo esto, para que se haga idea un peninsular. Es otra cosa. Más; mucho más.
No puedo. No quiero. Debo describir todo despacito y bien: paisajes, rutas, gastronomía, hablas, fauna, flora...Una crónica viajera, una literatura de aventuras. Oyendo la radio, me he sentido canaria y me ha dado rabia que dijeran nuestra hora lo último...Empatía.
Iniciamos pues, una serie de varias entradas para tener mojito diario. Y un beso enorme a la dulzura del pueblo canario y a Carlos y a su familia, que hicieron de mi estancia, un verano delicioso.