domingo, 29 de julio de 2012

Desayuno zen, nine, eight...

   Gracias, Maestro.



Armonía y equilibrio perfectos.

    La curva y la recta. Lo lleno y lo vacío. Lo sólido y lo líquido. Lo cálido y lo frío. Lo dulce y lo amargo. Lo de dentro y lo de fuera...

   Incluso hay un emoticón: guiño y sonrisa...

   Pero...además, aquí hay un cosquilleo en toda la postal.

   En los viajes aéreos, el desayuno o la merienda, dependiendo de la hora del vuelo, es la emoción de la sorpresa, el mimo de sentirse invitado, el comienzo de todo lo que nos espera.

   El desayuno es mi comida favorita, porque nos da fuerzas para todo lo que está por venir, que nunca está del todo calculado. En el caso de un vuelo, la ilusión por viajar lejos a otras personas, situaciones y vivencias, es un pellizco de excitación maravilloso. Se despega: ¡hasta pronto!... 

   Este verano, quizá (dejo el quicio de la puerta entornado, por si acaso) no viaje más allá de España, ni siquiera a Levante, pero siento la efervescencia de esta imagen aparentemente tranquila.

    Es un estado burbujeante contenido en un quimono blanco y granate. El principio de lo inesperado. Es para celebrarlo.
  

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