martes, 29 de enero de 2013

En el trineo de Schopenhauer, Yasmina Reza

A la Filosofía y a África, que me la regala.


   Aviso: este libro es una bomba de 82 páginas. Contiene vida y muerte, amor y sexo, depresión e indiferencia, teoría y práctica, ilusión y desencanto, texto y contexto...

   Si leéis la carátula de la obra pone que Ariel Chipman fue un profesor de filosofía, especializado en Spinoza, pura alegría de vivir, cuya edad y estado conducen a una atonía, típica más bien del pesimista Schopenhauer. Y, en consecuencia, dejarse deslizar pasivamente hacia la muerte.

   Su mujer, Nadine, harta de su marido y viendo que la vida va terminando, se plantea serle infiel y quemar los cartuchos vitales, quizá, últimos de su existencia. Vivir con alegría los últimos vestidos, maquillajes, palabras agradables y caricias en la piel.

   El amigo de ambos, Serge Othon Weil rehúsa cualquier explicación sobre el sentido de la vida, a la manera filosófica, entendida ésta como teoría o soporte textual, digamos, modélico.

   La psiquiatra a la que todos se dirigen, culmina el libro con un parlamento vacío de sentido, frío y, casi alérgico a la vida, como si el final fuese tan horrible para todos y tan reveladoramente inhóspito y marchito.

   Hay que decir, que la novela (¿?) se articula en torno a ocho cartas que los distintos personajes se dirigen entre sí, a modo de diálogos truncados.Perspectivas distintas y vidas desde momentos unidos por la diversidad del final.

   Comienza  Nadine con el reproche a su marido por ser un muerto en vida, que se ha visto engullido por su especialidad, un filósofo vital, Spinoza, cuyo estudio parece que le haya abducido su propia existencia personal. La vida material, doméstica y cotidiana en la que la vida se traduce materialmente y cuya concreción arrebata toda magia y todo amor a la pareja. En algún momento, las palabras de la esposa reflejan las del latino Andrés, el Capellán en De Amore (el matrimonio es la tumba del amor):
qué error fatal poner el amor en el centro del matrimonio,...,amor y familia no tienen nada qué ver, los sentimientos entre un hombre y una mujer, dentro de ese dispositivo, sólo pueden esfumarse...

   La psiquiatra, que escucha a todos, es un ser tan desesperanzado, que no osa, ni siquiera a llamar al amor por su nombre y reivindica la frivolidad cínicamente para vacunarse de fracaso, vida y orfandad sin fondo al que todos llegaremos, como a un sumidero.

   Me cae bien Serge por su reivindicación del dinamismo; la vida, llega a decir, no tiene un sentido estricto, es decir, de libro, pero sí tiene un propósito en cada uno. La vida no tiene una finalidad, pero sí una dirección concreta. Porque la vida, por ejemplo, la suya, es actitud e inclinación. Es una preferencia. Y, para él, es el amor el que da sentido a la vida. Aunque los distintos amores vayan fallando progresivamente. La vida, ese ir sintiendo, salva. Muchas cosas pueden tener sentido y pertinencia, es la vida la que no los tiene, el todo no tiene ningún sentido, pero cada una de sus partes por separado, sí.

   Si se ama. Si se piensa. Si se vive. Si se muere uno, a ratos,...¡este es tu libro!

2 comentarios:

  1. Querida Laura:

    Mil gracias por dedicarme este post. Leí esta novela (sí, lo es, ya sabes que todo cabe en este género) hace años, seducida por el título. Seguramente no la entendí. Ya te dije que el recuerdo que tenía de ella no era placentero. Pero me da la sensación de que me faltaba cierta experiencia de la vida para entenderlo. Tus clarificantes palabras me han hecho ver precisamente lo poco que calé en él, pero tengo claro que tiene que ver con que hay vivencias (la familia, el amor, el amor y la familia, la preocupación por el paso del tiempo, la búsqueda de un sentido a la rutina alienante del día a día...) que solo se adquieren con los años. Esto es una obviedad... ¡y no lo es cuando eres una jovenzuela!

    GRACIAS. Muchos besos de

    África

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  2. Querida África:

    Se me cae de las manos "El sobrino de Wittgenstein" de Thomas Bernhard. No quiero entrar a disfrutarlo desde el pabellón Ludwig desde algún manicomio futuro...:D

    Pero sí que la vida, que avanza, nos permite ciertas posibilidades de "repeticiones de la jugada": la comprensión, que mencionas...

    Un beso, Laura.

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