jueves, 3 de agosto de 2017

El Asno de Oro

Cuando uno se encuentra perdido, no hay como volver a los orígenes y reposar en casa. Tras peripecias vitales desconcertantes, vuelvo a la madre de mis lecturas, la Literatura grecolatina, para descansar en su regazo y que me consuele de tanta necedad.

Ante mi vista, colocan El asno de oro de Apuleyo y me dejo leer, fascinada por la sorpresa ante mi maravillosa ignorancia. 

¿Cómo es posible que un escritor del siglo II dc escribiera un libro de cuentos encadenados tan naturalmente, sin que se noten las costuras, a través de las peripecias de Lucio (atención al nombre de pila en maravillosa antítesis con su metamorfosis asnal)?


¿Cómo es posible que no me  hicieran leer en la Facultad esta genialidad tan determinante para tantos descalabros de nuestra Literatura picaresca, ya sea en forma de Lazarillo de Tormes o de desventuras y desvelos por el camino, como en nuestro Don Quijote? ¿Cómo es posible que toda suerte de episodios eróticos, incluidos algunos de zoofilia o de actividades erótico- festivas entre homosexuales, deje en episodios absolutamente ingenuos los escarceos amorosos de Juan Ruiz, el Arcipreste o hasta el mismísimo Decamerón de Bocaccio?

Concluyo con la suerte de mi necedad, porque me lo he pasado tan bien, leyendo a Apuleyo en su aventura vital desde la atracción por la magia, pasando por los terribles conocimientos sobre la naturaleza humana, hasta la estoica y final decisión de apartarse del mundanal ruido y dedicarse al sacerdocio, que es otra forma de decir , como el tango, "Ahí te quedas, mundo amargo" .

La recomiendo: maravillosa, envolvente, sugerente, ligera, sorprendente, conmovedora y profundamente filosófica sin pesadumbre ni tedio alguno.

¿Qué decir de los extraños relatos de misterio y de pura fantasía (relatos milesios) que, entre sueños, dejan al lector ante la duda de si han sucedido o no, a la manera de su versión onírica por parte de Quevedo en el  Barroco o de  las películas o series actuales con orígenes en la literatura celta? ¿O qué, de las  deliciosas similitudes entre las azarosas peripecias protagonizadas por la  doncella raptada por los bandidos, la renacentista novela sentimental italiana o las novelas de dicha raigambre, insertas en El Quijote de nuevo? ¿Y entre el joven Andresillo Hurtado y el niño cuitado con que llama la atención el viejo a los caminantes? ¿Y los episodios de bandidos y asaltadores de caminos y los galeotes o los bandoleros, compañeros de Roque Guinart?

 ¡Cuál sería el gesto de sorpresa, me gusta imaginar, de nuestro querido Miguel de Cervantes al leer tanta suma prodigiosa!

¿O qué se puede decir del maravilloso cuento de Eros y Psique inserto entre los libros IV y VI?

No puedo por menos que dedicar unas líneas a describir una joyita de relato, que nos muestra a un Eros, que no es niño, a pesar del machacón imaginario oficial pictórico y literario, sino un joven dios  enamorado y  hecho hombre, que contradice a su caprichosa madre; y a una Psique, que es presentada a la manera de los cuentos de hadas ("En una ciudad había un rey y una reina que tenían tres hijas a cual más hermosa...") y cuya personalidad oscila entre la pequeña maltratada y envidiada por sus dos hermanas (como Cenicienta) , la insaciablemente curiosa y sagaz Bella de La Bella y la Bestia o la esforzada heroína embarazada que, probada por la ira y las durísimas pruebas de Venus, es ayudada por los pequeños animales (hormigas, águila, caña verde...), a la manera de cuentos tradicionales como el asombroso La Reina de las Abejas de los hermanos Grimm...

Pero, lo fascinante de todo esto es que ¡ estamos hablando de una obra del siglo II dc!

No hay palabras para la belleza del relato y su estructura vertical y voladora, puesto que Psique, como una Prometea sutil, atada a una roca, se tiene que despeñar para encontrarse con Eros, siendo transportada por los suspiros de Céfiro...

Todo es digno de mención: la suavidad  del relato y su sensualidad delicada, las ternuras que se dedican los enamorados o ese desconcertante mundo paralelo al de los humanos, al de los Dioses mitológicos, que es el constituido por el animista de pequeñas criaturas, que ayudan a Psique en una suerte de límpida estructura a lo Vladimir Propp. Qué dulzura en el río, que se niega a ahogar a Psique y "la deposita en la orilla" con la delicadeza de sus barbas de plata horizontalmente, o esa torre que, desde la cúspide de su verticalidad, rompe a hablar a nuestra heroína para evitar su suicidio...

Al final, sorprendida por tan extraña y genial obra, no puedo dejar de acordarme de otros genios visionarios y absolutamente peculiares en su contexto,  desligados de toda escuela y tradición y cuya obra estaría fuera de toda preceptiva, con lo que estarían arrojados al cubo de lo trivial desde la pragmática de su época : El Bosco, Arcimboldo y ahora, Apuleyo, dulce, misterioso, vital y con una limpieza narrativa, que me hace pensar en lo fragmentario y primitivo de nuestra literatura medieval.

Así pues, entre la admiración y la interrogación, digo: Hay que volver a los clásicos (y me refiero aquí a la Literatura griega y latina), pero, en mi caso, para descubrirlos. Qué suerte. Quiero más.

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