A mis gatos, Alberto y Clara, que me hacen feliz cada día.
Mi gato Autícko del escritor checo Bohumil Hrabal es una obra para amantes de los animales y, más específicamente, para los que amamos a nuestros gatos .
El despliegue de ternura y las actitudes afectivas del escritor en su cotidiano sentir con esos compañeros medio alojados, medio abandonados de su casa de campo, es despojado de toda cursilería con el eco cómicamente desesperado de la voz de su mujer, que, como un estribillo de blues, de vez en cuando interrumpe la guinda trágica con la interrogación desesperada ¿Qué haremos con tantos gatos? que, contrapunto de exaltaciones amorosas o, justificación de decisiones tenebrosas, escucharemos a lo largo de toda la obra, hasta que el propio narrador hace suya esa inquietud expresando esa misma duda existencial en la última línea de la novela.
El narrador es un escritor que vive en Praga y el amor que le espera y que tanto valora, le hace coger un autocar, a veces, de improviso, para acudir a esa pasión inconfesable y abrumadora de los felinos, que le esperan a él y a su estufa y a sus platillos de leche y a su contacto cálido en la intimidad de un lecho, que, en pleno invierno nevado, es mucho más.
El impacto de las miradas enamoradas de sus gatas y la hondura y desvalimiento que siente el escritor ante las delicadezas felinas, sólo puede ser comprendido de manera tan entrañable, por quien acostumbra a estas frecuentaciones insólitas para ajenos a estas situaciones.
El amor, disuelto en naturaleza, devendrá angustia existencial, cuando sus gatas en su vida misteriosa, vuelvan preñadas y los amores se multipliquen haciendo resonar el tragicómico lamento de la voz de la esposa, como un único punto de referencia racional ante tanto azucarillo.
La decisión de tener que matar a distintos gatos, crías o madres, y de manera tan brutal, llevará a unos extremos angustiosos al escritor, que llegará a justificar sus insólitos e inevitables actos en aras de evitar la extinción de distintas aves del entorno...
Esta obra, aparentemente, ingenua, remueve por dentro. Apartada la anécdota gatuna, es una descripción sentimental de la relación del hombre con los animales . Y quizá, porque sea de hombre (y no de mujer, que resultaría ñoña) suena el testimonio más íntimo y auténtico . También es una descripción del horror que conlleva matar. Lo que sea. Y puestos ya al salvajismo, la locura que implica matar y cómo se desquicia y enloquece el acto final en un paroxismo de brutalidad imprevisible, por parte de una persona tan sensible en lo afectivo.
Estos contrastes son eficazmente subrayados, pero también lo es la inevitabilidad del amor y la persistencia de la razón práctica (¿Qué haremos con tantos gatos?). La cercanía del amor y la muerte como ingredientes básicos de la propia vida... Y los demás vecinos, que aparecen, como esbozo rápido, en forma de posibles sujetos de adopción, posibles protectores...
Al final, cuando termino de leer, exhausta por la pasión y el padecimiento del protagonista, me quedo perpleja ante el título. El motivo es que Autícko es una gata y no un gato. Así pues, me parece oír un maullido lejano de memoria incierta, reivindicando una errata, nada más y nada menos que en un título, o lo que sería más sorprendente, la puesta en escena de una posible estrategia comercial ante una diferencia de género...gatuno.
Como diría Galdos, Miau.
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