viernes, 22 de marzo de 2019

Cuerdas rebeldes.

A todos los que me han ayudado a descubrir montañas.


Que la montaña siempre ha estado ahí, es un hecho geográfico. Que la montaña sólo ha empezado a estar ahí desde el siglo XVIII/ XIX es un hecho estético y que la mujer sólo comienza a desobedecer con su presencia testaruda a finales del XIX sobre los grandes picos es la maravillosa aventura, que nos relata de manera estimulante Arantza López Marugán, Premio Desnivel de Literatura 2001.
El relato puede tomarse como el recorrido desde el deseo hasta el logro por parte de pioneras del alpinismo como Henriette d'Angeville, que en 1838 corona el Montblanc arremangándose las enaguas  con un séquito de criados y baúles detrás. Damas victorianas como Gertrude Bell probarán el amargo sabor de ver la cara de la muerte en su intento de ataque al Finsteraar (Alpes del Oberland suizo) y su victoria pírrica consistirá en desistir habiendo saboreado el placer de haberse medido con  lo imposible.

Muy otra es la suerte del grupo formado por las alpinistas americanas, que tuvieron la suerte de haber podido practicar en clubes alpinos mixtos, frente a la culta y desdeñosa separación europea. De esta manera, y sabiendo que la única manera de ser la primera en cuerda era serlo entre mujeres,  Miriam O´Brien y Alice Damesme protagonizarán una hazaña llena de deportividad  y perseverancia.

Es curioso como por otra parte, una maestra, Anne Peck que comienza a los 45 años en la montaña, sustituye las faldas por bombachos, generando un escándalo social y abriendo las puertas de una industria ávida de novedades técnicas para una clientela en auge. El patrocinio por parte de Harper´s Magazine y su guerra de mediciones con otra colega por la ostentación de récords en altura escalada, nos hará ver el lado competitivo y económico de tales gestas, sin cuyo amparo no podrían haber sido realizadas.

Este tipo de retratos sociales, políticos y económicos es el que se contempla en las historias de las ocho rusas muertas encabezadas por Elvira Shataeva en su ataque al Pico Lenin o en las estremecedoras historias de Wanda Rutkiewick en la consecución del K2 en 1986, de Miriam García en la lección de humildad ante el Fitz Roy o de la escalada en solitario de Alison Hargreaves, criticada por ser madre y exponer así su vida (¿se les pregunta eso a los escaladores?) en la Norte del Everest.

Todas estas vidas, salvo un par de ellas, terminaron pagando su pasión y su osadía con sus cuerpos estrellados al abismo o dormidos para siempre en la dulce congelación.

No me extraña.
Porque si la voluntad y el amor a lo que hacemos es el motor de nuestra existencia, quien ama la montaña, la planificación y el cálculo de posibilidades,  riesgo y fuerzas; quien degusta la cima con la emoción ante tanta belleza y quien se olvida de sí mismo para sentirse pequeño en un esfuerzo paradójicamente titánico, esa persona va a saber comprender el deseo de estas mujeres, la renuncia, la obcecación y las lágrimas que supone una cesión.
Quien se ha puesto crampones y ha utilizado un piolet, no importa en que modesta montaña haya sido, ha conocido el sabor de lo inconmensurable. Y no se olvida.

2 comentarios:

  1. Me alegro mucho que te haya gustado.
    Y me alegro el doble de descubrir este blog.
    Un besote enorme.
    Juan Luis

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    1. Querido Juan Luis, ponte bueno pronto para que te sigamos al filo de lo imposible;D
      Gracias por leerme y escribirme.
      Un beso y mi agradecimiento por ser uno de los que me descubren eñes sin parar en esas montañas madrileñas que te pateas como nadie.

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